Durante el recorrido por la materia de Prácticas Discursivas II, bajo la guía de la profesora y a través de los materiales proporcionados más los audios en WhatsApp, me adentré en la exploración de las matrices culturales que influyen en mi forma de comunicarme y percibir el mundo que me rodea. A medida que profundizo en cada texto y reflexiono sobre los puntos clave planteados por la profesora en los audios, descubrí las complejidades de la comunicación en la sociedad contemporánea.
Ernesto Prieto Castillo nos introduce en el análisis de los estereotipos, prejuicios y convicciones, conceptos que son fundamentales para comprender cómo formamos y mantenemos nuestras percepciones del mundo y de las personas que nos rodean. Prieto Castillo describe los estereotipos como simplificaciones y generalizaciones que no solo distorsionan la realidad, sino que también pueden tener efectos profundos y perjudiciales en nuestras interacciones sociales. Entre estos, los estereotipos autoritarios se destacan por su capacidad para reforzar estructuras de poder y control social.
Los estereotipos autoritarios se manifiestan en formas de pensamiento rígidas y dogmáticas que buscan imponer un orden y una conformidad estricta, los cuales no solo categorizan y simplifican a las personas, sino que también las subordinan a un sistema de valores y normas impuesto desde una posición de autoridad. Por ejemplo, en muchas culturas, las mujeres fueron y son históricamente estereotipadas como sumisas y dependientes, perpetuando su subordinación en contextos familiares y laborales. Este tipo de estereotipos autoritarios legitima y mantiene estructuras de poder desiguales.
Quiero poner como ejemplo a personas con autismo, estos estereotipos autoritarios pueden ser igualmente opresivos. Las personas autistas a menudo son vistas a través de una lente de patologización y déficit, donde sus diferencias son interpretadas como fallas o incapacidades en lugar de variaciones naturales de la condición humana, lo cual yo llamo “Sistema operativo diferente” porque la manera de procesar la información es distinta a la de las personas neurotípicas. Por ejemplo, una persona autista que prefiere la comunicación literal y directa puede ser erróneamente etiquetada como mal educada o insensible, ignorando la verdadera naturaleza de su estilo comunicativo y la riqueza que aporta su perspectiva única y lógica. Además, el comportamiento de “camuflaje” o la adaptación forzada para encajar en normas sociales no naturales para ellos puede llevar a una profunda angustia emocional y psicológica.
En mi caso, como mujer adulta en proceso de diagnóstico de autismo, experimenté de primera mano cómo estos estereotipos afectan la percepción que otros tienen de mí, como la literalidad en mi comunicación, la ausencia de filtros al hablar y otras características propias del autismo que son frecuentemente malinterpretadas como falta de educación, ingratitud o falta de respeto. Estos malentendidos perpetúan prejuicios y desencadenan respuestas negativas que no consideran la verdadera naturaleza de estos comportamientos. El camuflaje social, una estrategia que muchos adultos autistas desarrollamos para adaptarnos a las expectativas sociales, puede resultar en una gran carga emocional y psicológica, ya que implica suprimir nuestra verdadera identidad para evitar el rechazo y la incomprensión, sea consciente o inconscientemente lo que desencadena mayormente en una fuerte ansiedad y depresión. Considerando no solo los estereotipos evidentes, sino también aquellos más sutiles que pueden pasar desapercibidos pero que aún tienen un impacto en mi vida, esto incluye el reconocimiento de cómo ciertos signos de autismo, que son una discapacidad invisible, pueden ser malinterpretados como mala educación, desagradecida, desubicada, falta de respeto y hasta como inmadura e infantil.
Reflexionando sobre estos conceptos, encuentro similitudes con las ideas de Jesús Martín Barbero sobre las telenovelas y su papel en la construcción de nuestras narrativas sociales. Las telenovelas, con sus personajes estereotipados y tramas simplificadas, refuerzan ideas preconcebidas sobre género, clase y etnia, contribuyendo a la perpetuación de prejuicios y estereotipos en la audiencia. Estas representaciones mediáticas, al igual que los estereotipos autoritarios, imponen un marco de interpretación que limita nuestra comprensión de la diversidad humana y refuerza estructuras de poder y control social. Muchas veces, la gente cree que alguien no puede ser autista porque no corresponde a los estereotipos que ven en las películas y series, sin entender que los adultos autistas han aprendido a camuflar sus rasgos para adaptarse a un entorno que no siempre es comprensivo o inclusivo. Barbero nos muestra cómo las representaciones mediáticas influyen en nuestra percepción de la realidad, mientras que Prieto Castillo nos reta a cuestionar estas percepciones y a desarrollar una conciencia crítica frente a los estereotipos y prejuicios. Ambos autores nos proponen mirar más allá de las apariencias y considerar las realidades subyacentes que a menudo se ocultan tras la fachada de la simplificación mediática y social. Además, considerando la influencia de la tecnología en la comunicación, como lo analiza Marshall McLuhan, es evidente quelas plataformas digitales pueden tanto perpetuar como desafiar estos estereotipos. Las redes sociales, por ejemplo, pueden ser un espacio donde los estereotipos sobre el autismo se amplifican a través de la desinformación y la falta de comprensión. Sin embargo, también pueden servir como plataformas para la educación y la sensibilización, permitiendo a las personas con autismo compartir sus experiencias y luchar contra los estereotipos negativos.